Buenos Aires barrio por barrio: Contrastes entre La Boca, Puerto Madero y San Telmo
- Diego Fernando Romero Leal
- 17 ago
- 5 Min. de lectura

Habíamos estado dando vueltas en autobús por las siempre anchas avenidas de Buenos Aires hasta que el barrio La Boca se dejó ver tratando de disimular el deterioro de algunas de sus casas junto al Río Matanza, con una paleta de tonos que gradualmente se intensifica hasta llegar a Caminito. Allí los colores estallan y es como estar dentro del rayo arcoíris de un Osito Cariñosito, que ayuda a dar color a lo pálido o marchito. Sus 150 metros de casas azules, amarillas, verdes, rojas y demás tonos y matices son una puesta en escena para que los turistas nos tomemos fotos en cada rincón “instagrameable” de la calle. Una pareja que baila tango, un restaurante que ofrece asados, otro que vende choripanes y decenas que venden recuerdos completan la postal condensada de lo que uno podría encontrarse en un folleto sobre Buenos Aires.
De Caminito a la Bombonera, las fachadas descascaradas se apartan del decorado tranquilo, dejando asomar por una que otra esquina la humildad y la pobreza. Solo dos colores sobreviven: el azul y el oro, adheridos a los muros del estadio del Club Atlético Boca Juniors. La Bombonera es un estadio viejo, un templo para los Xeneizes devotos de Boca, una atracción turística para los extranjeros, medio estadio viejo para los hinchas de otros equipos que se burlan porque nunca lo terminaron. Emilio está feliz grabándose cada detalle, contando las estrellas del escudo de Boca, sonriendo para las fotos. Cerca, una mujer nos observa, arruga los ojos e inclina la cabeza tratando de escuchar qué decimos. Finalmente da un paso y nos aborda estirando su celular en la mano: “Pode tirar uma foto, por favor?” Asentimos riendo y tomo el celular para sacar la foto, pero me hace una seña con la mano para que espere. De la bolsa que lleva en su otra mano, saca una camiseta y se la pone. “Agora sim”, y la risa se vuelve carcajada. En la foto, la camiseta de Fluminense queda estampada en primer plano con el escudo de Boca Juniors de fondo, un recordatorio de que su equipo brasileño le ganó al argentino la Copa Libertadores de 2023. Queda anotado que este es un hito en la geografía del fútbol al que los amantes de este deporte, hinchas o no, en algún momento deben reportarse.
La distancia entre La Boca y Puerto Madero es de veinticinco minutos en autobús, pero también podría medirse en años de inversión. Los costados de los diques del viejo puerto se han convertido en la zona más cara de Buenos Aires, con el metro cuadrado promediando los seis mil dólares. No obstante, empresas nacionales e internacionales, hoteles, restaurantes, clubes nocturnos y hasta una universidad tienen sede aquí. Los malecones arbolados, el espacio público amplio y el horizonte perfilado por los edificios son síntoma de desarrollo para unos y de gentrificación para otros. A mí me impacta el río. Es la primera vez que nos encontramos con las aguas marrones del Río de la Plata. Lo que vemos es tan solo un pedacito, una muestra gratis de un río inconmensurable que, paradójicamente, la ciudad oculta, pero suficiente para apurar el corazón.
La cintura de Puerto Madero es el Puente de la Mujer. Dicen que simboliza una pareja bailando tango. Lo atravesamos, lo contemplamos desde varios ángulos, lo vemos desde la distancia, lo volvemos a atravesar y me doy por vencido. La abstracción no me alcanza para ver la danza que se anuncia en el diseño, pero el sentido común sí para entender que es una obra de arte que también es un puente entre el cielo celeste de Buenos Aires y el Río de la Plata.
Llegamos a San Telmo cuando ya se estaba apagando. A una cuadra de la estatua de Mafalda, nos encontramos con José, parado junto a una maleta que hacía de estantería para una gran cantidad de imanes y llaveros. La amabilidad y los precios nos animan a comprar unos cuantos recuerdos para la familia. José es peruano, y cuenta que solía ser un hombre rico antes de recorrer Latinoamérica con su maleta llena de llaveros. Se queja de la indiferencia de los porteños y alaba la amabilidad de los colombianos: “Ni te miran, creen que eres menos por no ser argentino, te miran por encima del hombro. En cambio, Colombia es el mejor país de todos, tienen un hablado muy dulce, te tratan bonito, te hacen sentir en casa. Y la comida… El tamal tolimense me lo puedo comer tres y cuatro veces seguidas”. ¿Estrategia de mercadeo? Cuando dicen cosas así de tu país, las trompetas del himno nacional comienzan a sonar en la cabeza, pero lo cierto es que gente buena y gente de mierda hay en todos lados, en diferentes proporciones. A esta altura, no podría decir que el carácter serio de los chilenos o de los argentinos, opuesto al más abierto y desparpajado de los colombianos, haga malas personas a unos y confianzudos a otros. José lo ve de otra manera, y eso, creo, es una de las cosas más valiosas de un viaje, la forma en que descubrimos lugares y leemos personas es un sistema de universos paralelos, uno por cada humano. Como sea, él no sabía que nosotros éramos del Tolima, por lo que su sentencia sobre que el tamal de mi región es el mejor de Colombia la tomo como una declaración honesta y sabia. El hombre tiene razón.
Caminamos unos metros para alargar la fila de quienes quieren tomarse una foto con Mafalda, Susanita y Manolito. A Magdalena le encanta el plan y Emilio no entiende por qué. Ella le cuenta quién es Quino, le habla de la conciencia política del personaje infantil, que su papá le regaló la colección de videos de Mafalda cuando era pequeña. Emilio asiente. A mí me da algo de risa porque es como tratar de hacerle entender a un niño qué es un Betamax o un teléfono fijo. En las calles cercanas hay otros personajes que integran el Paseo de la Historieta, pero sin la trascendencia de Mafalda. También nos topamos con algunos anticuarios que exhiben gramófonos, máquinas de escribir antiguas, lámparas y decoración con aspecto persa, indio y chino. Las tiendas de dulce de leche también se asoman con cientos de variantes con las que se puede hacer una escena de Forrest Gump: alfajores de dulce de leche; licor de dulce de leche; conitos de dulce de leche; dulce de leche de banano; dulce de leche de naranja; dulce de leche de coco; aromatizador de dulce de leche; vela orgánica de dulce de leche… El dulce de leche es la versión azucarada de la argentinidad.
El mercado de San Telmo ya estaba prácticamente cerrado, así que decidimos regresar al día siguiente y caminar unos minutos más sin destino fijo por las calles adoquinadas de este barrio colonial. A media cuadra, un hombre con gafas oscuras posa como modelo profesional frente a un portón verde para la cámara del celular que sostiene su acompañante. Así fue como reparamos en la Casa Mínima, en la calle San Lorenzo. Con dos metros y medio de ancho, es considerada la más angosta de Buenos Aires y su fachada tiene apenas el espacio suficiente para la puerta y un balcón hecho de barrotes sobre esta. Hay quienes aseguran que la casa fue construida en el siglo XIX por un esclavo liberto, a quien su antiguo dueño le regaló un pedacito de tierra de trece metros de fondo en este mundo. Antes de irnos, me paro junto a la puerta y trato de imitar las gráciles poses del chico de los lentes oscuros, pero acepto mi derrota y que no soy instagrameable. Lo que se ve en mis fotos es lo que hay. Camino a nuestro hospedaje, discutimos qué choripán comerá cada uno mañana en el mercado de San Telmo.
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