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Cartagena: más allá de la mojarra de 300 mil

  • Foto del escritor: Diego Fernando Romero Leal
    Diego Fernando Romero Leal
  • 13 mar 2024
  • 3 Min. de lectura


Turistas tomando café en Cartagena de Indias Colombia

Coco, corozo, mamón, mamoncillo, guanábana, guayaba agria, níspero, tamarindo, marañón, albahaca, Kola Román y caramelo salado. Frutas, hierbas, gaseosas y sabores conocidos y no tanto, que se transformaron en helados para luchar con los treinta y dos grados de Cartagena. Enero deja saber por qué es el mes más cálido del año, mientras yo intento bajar la temperatura con lo que hasta para mí siendo colombiano son rarezas; al fin al cabo Colombia es como un país hecho de muchos retazos de países, para donde se camine habrá plantas, animales, cosas y climas diferentes…  gente diferente.

 

Es mi primera vez en el corralito de piedra, así que tal vez lo mejor es tratar de encajar, usar una camiseta, unas bermudas y las chanclas tres puntadas para sacudirme el aspecto andino y camuflarme como uno más en el litoral. Pero en la “Gelateria”, qué está a tres calles del hotel, aterrizo en que la cara de turista no la puedo camuflar. En los veinte minutos que he estado parado en esta esquina quizás miles de personas han pasado a mi lado: taxistas, policías, cocheros, vendedores, transeúntes en su mayoría afrodescendientes, los hijos del principal puerto de esclavos del imperio español en Suramérica.

 

Eso me recordó el porqué del viaje. Yo no iba por el mar. Bueno… también, pero Cartagena no me atraía especialmente por la oportunidad de zambullirme en el océano. Si fuera otra especie del reino animal creo que sería de aire y no de agua. No. Cartagena de Indias me atraía por ese trastorno obsesivo compulsivo de conocer la historia de cualquier cosa, el TOC que me llevó a la profesión de periodista, profesión que me hizo ver ya tarde que tal vez debí ser historiador. Acepto mi condición de foráneo, cambio mis bermudas por un pantalón y mis chanclas por unos tenis para recorrer las callecitas de la ciudad, para un primer acercamiento con el pasado.

 

Sin embargo, a golpe de vista lo primero que me impacta son los balcones. Si los cuentan y los dividen entre la población, Cartagena seguro debe ser la ciudad con más balcones per cápita de Colombia. Cada casa tiene uno y desde la esquina se ven como una progresión al infinito. A ellos se accede desde una habitación de techos altos, una estrategia del pasado para ganarle al calor cuando no había heladerías. Desde algunos de ellos, en su mayoría adornados con las hojas moradas de una buganvilia, se puede ver el Caribe azul por el que los piratas como Francis Drake, y Henry Morgan, o almirantes como Eduard Vernon con sus 190 barcos, 2000 cañones y 30 mil hombres de su armada invencible, asediaron a Cartagena sin éxito.

 

Caminar por Cartagena es sentirse pequeño junto a sus construcciones coloniales de grandes portones y altos muros blancos, amarillos, naranja, verdes, magenta y cian en las que alguna vez vivió la peste, Blas de Leso defensor de la ciudad, Simón Bolívar, el Libertador que casi la mata de hambre, Juan José Nieto,  hasta ahora único presidente negro de Colombia y Rafael Núñez, padre de la regeneración, la cuota inicial de la violencia de la primera mitad del siglo XX entre rojos y azules, liberales y conservadores.

 

El sol del Caribe se oculta, pero aún hace vibrar el verde del mango biche con sal, el rojo y el amarillo del raspado, y los trajes multicolores de las vendedoras que llevan frutas sobre su cabeza, como las plumas azules, amarillas y rojas de los papagayos que se posan sobre las ramas de los árboles de las plazoletas. ¿Quién imita a quién en la batalla de tonos y matices?   

 

Camino al hotel, para cerrar el día y prepararme para el siguiente en el Castillo de San Felipe de Barajas, Cartagena es un lienzo con una paleta de colores amplia: en las frutas que llenan sus heladerías y sus mercados, en las flores de sus balcones que se transforman en jardines, en los muros de sus casas, en la piel de su gente y sus visitantes. Sus colores son también representación de esa historia por la que vine, de la alegría, la cultura y la riqueza que la caracterizan. Cartagena es la manifestación visual de la calidez de una diversidad única.



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Diego Romero autor del blog Tres Veces el Viaje en el Cañón del río Combeima en Colombia

Sobre mí

Nací por allá a finales de los 70´s del siglo XX en Ibagué, una ciudad en la falda de la Cordillera Central en el departamento del Tolima en Colombia.

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