El alma de Villa de Leyva
- Diego Fernando Romero Leal
- 7 jun 2024
- 4 Min. de lectura

Las calles de Villa de Leyva son ríos de piedras ocre y gris por los que hay que caminar, o más bien saltar como rana para no caerse. El agua lluvia corre por el centro y los costados de las vías buscando las alcantarillas. El pueblo es un mensaje en una botella que empezó a escribirse en el siglo XVI y que llegó desde los tiempos de la colonia española hasta nuestros días con sus muros blancos y sus portones anchos. Por su plaza principal de 14 mil metros cuadrados, una de las más grandes de América, se escuchan idiomas y acentos de las multitudes que en sábados, domingos o lunes feriados ocupan esta escenografía en la que pululan hoteles, restaurantes, bares y tiendas de recuerdos. Los fines de semana nadie parece ser de aquí. Entre semana seguro cambiarán los actores, los habitantes del pueblo caminarán al trabajo, los niños correrán para llegar a la escuela, las empresas públicas seguirán con sus obras y el alcalde despachará desde su despacho. Pero el fin de semana parece que todos somos visita.
Muchos vienen por esa cosa extraordinaria que tiene Colombia de poderse escapar del frio o del calor conduciendo algunas horas. Desde Bogotá, la capital del país, son tres horas entre montañas esmeralda para luego sumergirse en un paisaje árido rodeado de cerros rocosos, en el que no es raro encontrarse con amonitas fósiles, rastros de un antiguo mar en el que nadó el kronosaurus que se conserva en el Museo Paleontológico. Este es como un parque jurásico por el que también caminó el mastodonte. En este lugar han sucedido y suceden cosas raras o extraordinarias. Por ejemplo, aquí descubrí que todos tenemos algo de boyacenses, en mi caso no solo por uno de mis bisabuelos, sino porque resulta que en Villa de Leyva nació la humanidad, o al menos así lo creen los muiscas. De la laguna de Iguaque emergió Bachué con un niño de su mano con el que se casó cuando este se convirtió en hombre, poblando la tierra con sus hijos para luego de muchos años desaparecer en la laguna transformados en serpientes.
El cielo también es sagrado y patrimonio científico y cultural. su posición en el mapa lo hace uno de los lugares más importantes para el astroturismo, quizás solo superado por el desierto de la Tatacoa al sur de Colombia. Ya los indígenas habían notado la conexión especial de este pedacito de tierra bajo el cielo, en donde construyeron un observatorio solar en el que con una serie de monolitos de forma fálica podían saber de la llegada de solsticios, equinoccios y eclipses. Los españoles llamaron a este lugar “El Infiernito” porque para ellos era un lugar diabólico para el culto pagano. Allí se encuentra el Parque Arqueológico de Moniquirá, aunque el nombre que le dieron los españoles llegó para quedarse y así se le sigue llamando popularmente.
Entre estos muros recortados por las tejas de barro, la Patria Boba también escribió algunos de sus capítulos. Después de la independencia de Colombia, el pueblo decidió alinearse con las ideas del estado centralista dirigido desde Bogotá por Antonio Nariño, y Camilo Torres la invadió y convirtió en el centro de operaciones de las ideas federales. El problema lo vino a saldar Pablo Morillo con la reconquista del país para el imperio español y el fusilamiento de Camilo Torres. Nariño terminó preso y ni Jesucristo, a quien nombró general de sus ejércitos lo pudo salvar. Nariño vino a descansar sus últimos días en Villa de Leyva y murió en 1823.
Y esa es quizás la característica más llamativa y de la que se ha preciado Villa de Leyva desde la colonia: la de ser un lugar de descanso. En este sosiego del afán se recargan las pilas y uno se puede dar el lujo de sorprenderse con las maravillas de lo que aquí es cotidiano. Un grupo de carrangueros anima a los turistas en una calle mientras en otra, cinco perros dirigidos por un profesor universitario que asegura haberles enseñado a cantar, a su orden entonan una sinfonía de aullidos y ladridos disonantes que llenan las memorias de cientos de celulares con las imágenes de los artistas. Otro can duerme en la plaza patas al cielo inmune al ruido, las risas y los comentarios de envidia de los transeúntes. Otros sucumben al museo del chocolate, un museo que se sale del canon de cualquier museo de la zona, una mezcla del Palacio de Versalles y la fábrica de Willy Wonka, un lugar interesante en el que sobre estimulan los sentidos con énfasis en vista y gusto. Un hombre con voz ronca y tos persistente vende pomadas de marihuana y un remedio milagroso para la tos; ironías del oficio. En una esquina, extraños dejan de serlo en animadas conversaciones provocadas por una cerveza o un cigarrillo, el vicio tiende puentes.
Todo este conjunto, el mito, la historia, la ciencia y los pequeños detalles son el mosaico que da vida de este rinconcito de Boyacá, son el alma del Villa de Leyva. Ya es de noche, desde el balcón del hotel en el que me hospedo no se ve nada moverse y solo se oye el canto de los grillos que rebota sobre los techos de barro. Mañana temprano haré de rana entre las piedras nuevamente porque de cosas buenas está empedrado el camino al cielo.
yo estuve en villa de leyva y me encanto ir me gustaron demasiado los museos. y el museo de el chocolate fue mi favorito me tomè un chocolate en ruana. disfrute ir. la próxima vez que yo fuera a villa de leyva voy pedir un plato diferente de el museo de el chocolate. y estuve en el parque de ñiñosaurios y salte en piedra en piedra
Abbygail. 10 años.