Ritmo y resiliencia: la historia del Festival Folclórico Colombiano
- Diego Fernando Romero Leal
- 7 jul 2024
- 4 Min. de lectura

En Ibagué llueve. Son las ocho de la mañana y las nubes se descargan en aguacero sobre los ocobos de la carrera quinta, poniendo en vilo el desfile de carrozas, reinas y comparsas del Festival Folclórico Colombiano. Aunque oficialmente programado para iniciar a las diez, desde la noche anterior una fila de hormigas humanas ha instalado sillas y carpas para asegurar un puesto detrás de las vallas ubicadas a lo largo del recorrido de cuarenta cuadras. Los negocios y vendedores ocasionales hacen lo propio para asegurarse una parte de las ganancias de las ventas de lechona, tamales, cerveza y aguardiente.
El desfile es para San Pedro y, sobre la hora, el santo cancela la lluvia y tuerce la suerte a favor de miles de personas que estaban en sus casas como en una línea de partida esperando la largada. Por las calles camina una procesión de parejas, familias y amigos, viejos, jóvenes y niños con camisa blanca, poncho y rabo e’ gallo. El día se calienta y no puede faltar el sombrero, no importa si es tolimense, paisa o vueltiao, o si el que está debajo de él es bogotano o vallecaucano. En unos minutos hay un tumulto y de nuevo en junio las calles de Ibagué se transforman en un índice folclórico del país, por las que desfilan en orden alfabético artistas de todos los departamentos de Colombia enseñando al público un pedacito de su cultura, de su música y de su baile. El que no aprendió de geografía calcando mapas o en Google Maps, aquí tiene su oportunidad.
Durante más de medio siglo, los bailarines han probado su destreza y los trajes típicos se han movido al vaivén de diferentes instrumentos. “Felices vienen y van sin pensar en el dinero, llevando tiple y guitarra pa’ cantar el Sanjuanero”, dice la canción, pero no siempre fue así. La historia detrás de estas fiestas tiene un trasfondo triste y, a la vez, deja ver el empuje de los tolimenses. A finales de la década del 50 del siglo pasado, el Tolima pasó de ser uno de los departamentos más pacíficos a ser uno de los más azotados por lo que los colombianos que la vivieron pragmáticamente llamaron “La Violencia”. De 8.5 en 1946, el departamento pasó a 164, 115 y 133 homicidios por cada 100 mil habitantes en 1956, 1957 y 1958 respectivamente. Con estos números, la idea de cómo apagar el incendio de la guerra bipartidista entre liberales y conservadores comenzó a quitarle el sueño a algunos ibaguereños a quienes se les ocurrió que la música y el folclor podrían ser la respuesta.
Desde 1958 se echó a rodar la idea y en enero de 1959 el Concejo de Ibagué la aterrizó en un acuerdo por el que se creó la “Semana Musical y del Folclor Tolimense en Ibagué”. Al gobernador lo convenció de apoyar la idea una comisión acompañada de agrupaciones musicales, que “dialogó” con él en su residencia entre las 10 de la noche y las 4 de la mañana. Al presidente de la época le sonó la idea y para el 23 de junio de 1959, día de la conmemoración de San Juan y de la fiesta de la cosecha de los indígenas, el festival vio la luz con una misa por las víctimas y desplazados de La Violencia, y cumpliendo requisitos como el de no tener fuerza pública uniformada custodiando el evento, o el de asistir vestido de campesino sin hacer referencia a ningún partido político.
Desde entonces, han quedado anécdotas y hechos para la historia, como la de aquella comparsa del departamento del Atlántico que, con una joven maestra a la cabeza, descrestó a todos los asistentes a los eventos en los que participó en la primera edición. Esa maestra era Sonia Osorio y la comparsa la semilla de lo que ahora conocemos como el Ballet Nacional de Sonia Osorio. Hay otras historias funestas, propias de la violencia que se quería dejar atrás, como la del compositor Ramón Cardona Jaramillo, quien en su regreso a Manizales luego de su participación en el Festival Folclórico, fue interceptado por “Franqueza” y “Triunfo”, subordinados de un bandolero apodado “Chispas”. Al preguntar por su identidad, el maestro se presentó como director del Conservatorio de Caldas, a lo que los delincuentes procedieron con su asesinato delante de sus estudiantes, todos miembros de la Orquesta Sinfónica de Caldas, al asumir que era el jefe del Directorio Conservador. También se recuerda la edición número once en la que Jorge Barón, un ícono de la televisión colombiana que por aquella época daba sus primeros pasos hacia la fama, coronó a la señorita Cesar, aclamada por el público cada vez que era nombrada, desconociendo el veredicto del jurado, que había elegido a Chocó. Su osadía fue corregida y Barón, quien aseguró haberlo hecho para evitar una tragedia, fue invitado años después como jurado.
Alrededor de las fiestas el Tolima también ha rescatado elementos de la identidad y de la tradición gastronómica heredada de los indígenas y de los españoles. Así como San Juan y San Pedro tienen su día, en junio, el aguardiente, el sombrero tolimense, el tamal, la achira, la chicha y la lechona tienen el suyo el 22, 23, 24, 25, 27 y 29 respectivamente.
La tarde entra y el desfile va cerrando. 6.200 artistas de todo el país han recorrido las calles y se tomarán un respiro antes de reencontrarse en el Coliseo Mayor en donde las aspirantes a ser Embajadora Nacional del Folclor se batirán en una batalla de destrezas para la música y el baile. La procesión de la mañana lentamente regresa. En algunas esquinas los vendedores ofrecen lo que resta en su inventario y se escucha un grupo de músicos que toca las últimas notas del día. En las raíces de su cultura el Tolima encontró la resiliencia y aunque la violencia ya no es la misma, continúa buscando la paz. Con alegría esta tierra desafía el pasado y celebra la vida.
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